Los lobos no lloran. No al menos en su forma humana. Adrián no lloraba jamás. Nunca. Ni con rabia ni con tristeza, ni por compasión ni de alegría ni de emoción. No lloraba de impotencia, no lloraba por el dolor de las heridas. Todo lo aguantaba gritando y callando. Todo era seco. Al menos en forma humana.
Un día dijo que se había visto llorar estando de lobo, de refilón en un metal. Que tenía las manos húmedas al despertar. Las lágrimas de hombre lobo podrían ser un veneno muy potente para redimir a tus hermanos y hacer rendirse a tus enemigos. Pero ¿quién se atreve a coger las lágrimas de las mismas mandíbulas de la bestia?
-Ari, ayer volví a llorar.
-¿Cómo lo sabes?- Digo, mientras le acaricio el pelo.
-Sabía salado. Sólo salado. Soy acero.
-Eres acero, que cortas
-Lo siento.- Dice, mientras pasa los dedos por el hematoma de mi abdomen.
-Puede que algún día alguien haga preguntas.
-Lo siento.
-No llores.- Le digo en tono burlón.
-El mes que viene me acordaré de esto y lo haré.
Él quiere llorar y no puede. Al revés que cuando era niño. Me palpa los brazos y los hombros, las manos y los pies.
-Estás fría.
-Soy acero.
-No.-Meditó unos instantes.- Eres plata pura.
¿Qué querría decir? Ni la plata hace llorar al hombre lobo.
Poemas visuales de Joan Brossa
Hace 6 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario