Adrián cuando estaba enfermo se volvía tierno, y resultaba tan extraño como pardójico. Un resfriado común podía convertirlo en el ser más adorable de la tierra,una mezcla entre el osito de mimosín y Lasie. Un ser único. Al mismo tiempo podía producirle graves complicaciones físicas, como terribles dolores de cabeza nocturnos (sí, solamente nocturnos) que lo alientan a transformarse aunque sabe que no puede.
A veces, si tiene gripe, no puede mover los dedos. Se quedan secos en forma de garra como los de un anciano de 100 años derrotado por la artritis.
Afortunadamente sus enfermedades suelen durar un día más o menos, pero es un día largo y lleno de dolor. Al tiempo que espeluznantemente dulce.
Puede ser el miedo. El hombre lobo enfermo no necesita cariño, necesita sus drogas. Las que él compra y consigue por sus medios, las necesita como el agua, mezcladas con agua y ron (porque el ron es una bebida asociada a las américas, y el hombre lobo común es un ser eminentemente europeo). Todo lo demás está fuera de lugar.
Un día Adrián necesitaba un beso.
-Duerme. Gabi vendrá más tarde con tu...
-No quiero dormir.
-Claro que quieres. Lo que pasa es que tienes la mollera tan dura como un trozo de pan rancio. Cállate y duerme.
-No seas dura.
-Estás enfermo.
-¿Y qué?
Y durante un segundo su expresión se volvió fiera. No habría podido recordarlo, no habría podido lo suficiente como para describirlo. Fue la clase de momento que sólo se caza con un obturador rápido.
Abrí la puerta.
-Estás mejorando.
Adrián refunfuña.
-Por favor.- dice.
-Te arrepentirías. ¡Gabriel! Trae el maldito ron.
Suele funcionar. Pueden dormir horas seguidas sin un mal sueño.
- Si le sigue dando tan fuerte en primavera un día de estos se te va a declarar.
-Si lo hace estando enfermo le doy una torta. Puedes apostar a que sí.
Gabriel sonríe.
-¿Y si lo hace sano?
-Nunca está sano. Y nunca lo haría.
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